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Indefensión aprendida.

La herida que tiene el elefantito en la pata delantera derecha, se extiende siete centímetros horizontalmente. La gruesa cuerda que la provocó, no se ha desgastado un ápice en las semanas que el pobre animalito ha tratado de deshacerse de ella. Cada nuevo esfuerzo por librarse de su atadura, acaba con un fracaso idéntico al anterior. En sus ojos se ve cómo su ánimo va menguando, hasta que un día deja de intentarlo. Se ha resignado, no hay nada que pueda hacer. Suspira con tristeza y se rinde a su destino para siempre.

Todas conocemos esta historia horrenda y cierta que ilustra perfecto cómo perdemos la esperanza en el cambio, cuando por un periodo largo todos nuestros intentos resultan en fracaso. Sobre todo cuando estos fracasos son consecutivos. Le llamamos indefensión aprendida. La historia del elefante y su atadura es más popular que los experimentos con perros de Overmier y Seligman en 1967, tal vez porque la gente sigue yendo a los circos a aplaudir el maltrato animal, mientras casi nadie quiere saber sobre perros recibiendo descargas eléctricas, de la misma forma que yo me negaba a escribir o hablar sobre mi propia indefensión aprendida.

A mí no me dieron descargas eléctricas ni me han atado con una cuerda a una estaca. La mía se fue dando después de años de combinar el activismo "en el mundo real" con el activismo virtual. El acompañamiento a víctimas de violaciones de derechos humanos tiene un costo emocional demasiado alto, y yo no hice lo necesario para cuidarme. Supongo. Eso es lo que todo mundo te dice cuando trabajas en eso. Que pongas límites, que medites y hagas yoga, que tengas terapia. Hice todo eso y nada evitó que me rebasara emocionalmente.

El activismo dejó de ser emocionante y gratificante. Vivía con miedo. Me contaron que lloraba mientras dormía. Dejé de estar enamorada con mi trabajo, y lo dejé. Por unos meses, seguí usando plataformas como Facebook para expresar mis opiniones, siempre en la misma línea de activismo. En otras palabras, me la pasaba publicando sobre feminismo.

Un día noté que la gente que comentaba o que parecía interesada, eran mis amigas feministas. Indicar que les gustaba una publicación mía, parecía entonces más un medio de auto-proclamación como feminista o una manera de construir su identidad, que una revolución en sus cabezas, porque ya de antes opinaban lo mismo que yo. No había debate, no había discusión. No había crecimiento. Eran solo un puñado de mujeres diciendo que les gustaba lo que era obvio que les gustaba. Por eso eran feministas también.

Por otra parte, el resto de mis contactos, particularmente los hombres, simplemente ignoraban esos posts. De vez en cuando comentaban alguna obviedad tipo "a los hombres también los matan", y yo ya no tenía ganas de explicarles por qué el género nos hace vulnerables a otro tipo de muertes, que decir "ni una más" no significa "mátenlos a todos ya", etc. Empecé a creer que si después de años de conocerme seguían pensando así, era porque o eran unos insensibles de mierda, o eran estúpidos y no lograban atar cabos. Luego vi una publicación de una conocida que decía:

"Qué tontas son las feministas que creen que porque me deje los pelos de las piernas largos, van a dejar de matar mujeres".

Ese día me rendí. ¿Cuál era el caso de decirle a las feministas lo que ya sabían? ¿Cuál era el punto de discutir todo esto con alguien poco inteligente, que más que querer descubrir la verdad, quería probar su punto sin fundamentos una y otra vez? Con esto último me refiero a los machos esos que no leen y no escuchan, pero tampoco presentan argumentos lógicos o algo que respalde sus afirmaciones.

Así que dejé de escribir. Renuncié a cambiar el machismo alrededor mío. Me mudé de país, y en el círculo que me muevo es más frecuente el feminismo que en México, así que ya ni siquiera había tanto debate a mi alrededor.

Pero algo cambió. Tuve una conversación con una amiga sobre las violaciones sexuales. Le dije que esperaba que los hombres dejaran de violar, y me contestó que esperaba que lo hicieran hombres y mujeres. Eso después de decirme que le resultaba desgarrador cómo los hombres no podían quejarse y al menos nosotras podíamos llorar si nos violaban. Después tuve otra con un amigo que decía que un hombre trans quiso ser ingresado al penal de mujeres, y que debió pensarlo antes de hacer una transición. Estas dos personas son muy cercanas a mí, pero hace tiempo que no tocábamos el tema. Me enfurecí. Traté con toda la calma que pude, de explicarles por qué lo que decían era insensible, como a mí me gusta que me expliquen cuando estoy perdida en un tema. Al final creo que lo entendieron, pero yo terminé molesta conmigo por haber dejado de hablar de feminismo. Suena a soberbia horrible, pero a veces creo que yo era el único punto de contacto con el feminismo para muchas personas, y cuando renuncié a hablar de ello, esas dos personas que ya no parecían tan machistas/transfóbicas/ignorantes, regresaron a serlo. Luego lo empecé a notar con más gente. Y no es que quiera atribuirme sus cambios, pero de verdad muchas personas cercanas dejaron de ser tan machistas luego de reflexionar un poco conmigo.

Y es que el feminismo tiene sentido. Bien decía Isabel Allende que cualquier mujer educada e inteligente es feminista. Por educada, supongo que se refiere a educada en el tema. Yo era quien educaba antes, y lo dejé. Así que aquí estoy, de vuelta, porque me duró un ratito el hartazgo, y porque no soy un elefante atado ni un perrito electrocutado.

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