La publicidad nos presiona a ser felices. La gente publica en las redes sociales, que es inmensamente feliz aunque no lo sea. Corta su vida y exhibe sólo la mejor parte. No conformes con eso, publican que nadie debería publicar sus problemas, hablar sobre su infelicidad. Las personas lo ven y se deprimen porque sus vacaciones no son tan geniales, sus relaciones de pareja no son tan buenas, sus desayunos no son tan deliciosos, su trabajo no es tan divertido. La gente triste se pone más triste porque no cumple la obligación social de ser feliz. Tenemos la obligación de ser felices criando niños y niñas que sacrifican la mitad de nuestras vidas, de ser felices para siempre con una pareja que tal vez cinco años después ya no queremos, que en muchos de los casos, odiamos. Tenemos la obligación de ser felices en la pobreza y la enfermedad, en la discriminación, en el terror, en la ausencia de nuestros padres y madres que hace años nos dejaron. Tenemos la obligación de ocultar un amante, un placer secreto, un instinto, y la obligación de exhibir maquillada la realidad.
Pero la tristeza está bien también, es parte de la vida. La tristeza es a veces la mejor semilla para llenarse la boca y las manos de poesía. La tristeza del duelo es natural, y la angustia existencial se come cada cierto tiempo a la gente muy inteligente. Así es la vida, y la naturaleza no presiona de forma alguna. Sólo los estúpidos humanos.
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