Yo solía tener una base firme bajo mis pies. Un camino seguro, certero que seguir. Tenía una ruta, tenía planes, tenía todo. Sabía lo que era y qué quería, sabía cuáles eran las prioridades en mi vida, y podía distinguir perfectamente entre lo importante y lo irrelevante, lo sensato y lo imprudente. Vivía una vida tranquila. Tú le decías "aburrida y predecible", y yo te compré la idea.
Para mi desgracia, esta vida da más vueltas que el barrilete de un revolver, y yo tenía que conocerte. Después de ti, el mundo se derrumbó. Mis prioridades se trastocaron, el principio era ahora el fin, y el eterno retorno me jodía con su amenaza. El cielo se volvió un mar oscuro que me aterrorizaba, pues su membrana invisible parecía a punto de romperse y permitir que el agua turbia me ahogara y salara mis heridas. No podía dormir por las noches: miles de cuervos del tamaño de una uña desgarraban mi piel y la convertían en jirones necrosados apenas cerraba los ojos.
Después de dormir diez minutos, despertaba bañado en sudor. Al reflexionar durante el día me daba cuenta de que todas las versiones de mi vida eran estúpidas, que nada tenía sentido, que era ridículo desperdiciar el tiempo en cosas intrascendentes, porque la vida a fin de cuentas era sólo un espejismo, y yo no era más que polvo, y tú no eras absolutamente nadie. Así nos hicimos viejos, juntos. Tú seguías en tu universo paralelo de esquizofrenia y yo seguía hundido en mis libros, perseguido eternamente por la paranoia que me nació por esos seis años en República Checa, acosado por los dolores articulares y dolores del alma que sólo supe que tenía hasta que me empezó a doler, hasta que le dio por renunciar a mi cuerpo y dejarme convertido en un viejo que había desperdiciado cada uno de sus 87 años.
Yo esperaba que te murieras primero. Así podría disfrutar de la vida, sólo por el contraste entre la soledad y la pesadilla de vivir a tu lado. Siempre con la navaja entre los labios, siempre con esa sonrisa de sangrantes comisuras, siempre con los dientes llenos de sangre y los ojos de rabia. Pero no fue tanta mi suerte, y tuve que soportar tus gritos y tu risa vacía los últimos minutos de mi vida.
A Rusia, siempre intocable.
Comentarios