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"Hace muchos años yo tenía una pareja ideal".

No en la vida real, en la mente. Según yo, mi hombre ideal era uno que fuera idealista, que le gustara ver películas hasta la madrugada, que tuviera un sentido del humor casi infantil. No me importaba tanto que fuera guapo, pero sí que me gustara mucho su compañía. Alguien que compartiera mis gustos. Solía imaginarme que los dos tuviéramos un pasatiempo en común, y me hubiera gustado mucho que fuera al grupo de la iglesia conmigo. No tanto como que se metiera al coro, pero que le importara Dios tanto como a mí.

Después conocí a Daniel. Era guapo, mucho. Hubiera salido con él aunque no fuera tan tan guapo en realidad, pero eso era un extra muy apetecible. Me hacía sentir muy segura a su lado, porque era una persona muy imponente. Difícilmente alguien se metería conmigo teniendo ese hombre a mi lado. Era muy atento, me hablaba varias veces al día. Me empezó a dejar de hacer gracia cuando se empezó a enojar si no contestaba inmediatamente, aunque estuviera en mi trabajo o donde sea. Si le decía que no podía estarle contestando porque estaba con una amiga, me chantajeaba preguntándome si mi amiga era más importante que él.

Pasé un año y dos meses con él, y terminé tan estresada que se me empezó a caer el cabello, y me dio insomnio. Bajé como seis kilos, y él me lo reprochaba. Antes yo veía parejas en las que uno insultaba al otro y se me hacía bien raro. Entiendo que tengas que aguantar a tus papás si te gritan, no tienes opción si vives en su casa ¿pero tu novio? ¿Por qué seguir en una relación así? Ya estando dentro lo ves bien diferente. Al principio me hacía llorar cuando me insultaba, ya después lo ignoraba. Me llegó a decir que era una pendeja, inmadura, consentida y cuanta cosa. Me celaba muchísimo, pero al mismo tiempo me trataba tan mal que yo olvidé qué se suponía que lo unía a mí, qué le gustaba de mi. Le gustaba mucho físicamente, pero de ahí en más no recuerdo que me admirara alguna cualidad, no me acuerdo cuándo fue la última vez que me hizo sentir bien conmigo misma.

Cuando se iba de vacaciones, yo me sentía más tranquila que nunca. No le tenía confianza para platicarle nada, porque mi cotidianidad él la veía como algo aburridísimo e indigno de ser contado. Si le contaba mis ideas me decía que cuál era el caso de estar hablando de pensamientos que no iba a realizar. Siempre fueron cosas así, todo el tiempo. Prefería ya no contarle, a sentirme estúpida a su lado.

Hace poco terminamos, y ni siquiera fue porque yo quisiera. Mi ex me llamó, no sé para qué, pero en cuanto Daniel vio su número en el teléfono, lo aventó y me empezó a acusar de engañarlo con él, y desde entonces no me habla. En la tarde vi que había quitado su relación conmigo de Facebook, así supe que terminamos.

Ahora pienso y casi me da risa, pero si me preguntan cuál es mi pareja ideal, ya no me importa si le gusta ver películas o es idealista. Me conformo con gustaría que no sea tan celoso y me respete. Antes de Daniel, yo daba por hecho que una relación incluía respeto, confianza, ternura, admiración. Lo daba por sentado. Es como decir que esas cosas eran las básicas que todo mundo merece, y lo otro, de las películas y esos rollos, eran el extra que iba a diferenciar a mi hombre ideal del resto. Ya no, mi exigencia se difuminó entre la violencia, y ahora sólo busco alguien que sea capaz de respetar mis ideas aunque no las comparta, que jamás me insulte, que no me haga sentir estresada todo el día pensando en que se va a enojar de cualquier cosa.

Después de un año y pico de vivir una relación así, me cambió la perspectiva sobre las relaciones, de los hombres y de mí misma. Creo que me volví conformista en cierto sentido. Ahora estoy en proceso de recuperarme, de empezar a respetarme. De querer y obtener lo que merezco, no menos.

* Gracias a la mujercita de sonrisa enorme y chistes infantiles, y a la que antes se veía de 60 y hoy descubrió que tiene 35, por su confianza.  

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