Mi bisabuela tenía 107 años el día que se murió. Antes de eso le preguntaban cómo hacía para vivir tantos años, y contestaba: "no guardo un agravio por más de tres días". Después, ya a solas con sus bisnietas y bisnietos, nos decía que sepa la chingada por qué estaba viviendo tanto, que tal vez se le había olvidado a Dios. Me parecía ver miedo en su cara, pero nunca he sido buena para interpretar gestos así que puedo estar equivocada. Decía que si bien no sabía por qué estaba viviendo tanto, era cierto que no valía la pena guardar rencores. He pensado mucho sobre eso últimamente, porque tengo la impresión de que hay demasiado enojo en el ambiente.
Las injusticias a las que han sido sometidos los grupos vulnerables son razón más que suficiente para estar enojada. Entiendo el enojo que sentimos las mujeres que no podemos salir a la calle tranquilamente sin que un hombre nos joda el día o la vida. Pero también estoy cansada de tanto enojo.
Siempre he sido este cúmulo de contradicciones. Siento enojo y ganas de protestar, pero también hartazgo por no poder disfrutar la vida más por estar enojada. Me enoja la indiferencia cuando defiendo una causa, pero no conozco a nadie que las defienda todas, y siento que mi energía se está yendo en estupideces.
Netflix sacó un documental llamado Las tres muertes de Marisela, sobre la activista Marisela Escobedo y su lucha porque el gobierno hiciera su trabajo y pusiera al asesino de su hija en la cárcel. En la primera semana de su estreno, varias amigas me dijeron que les dolía o enojaba que tan poca gente supiera sobre Marisela, que necesitaran un documental de Netflix para enterarse de ella. Su enojo me hizo pensar. ¿Conocemos todas las injusticias que suceden en el mundo? Porque decían que tenemos la obligación de saber, pero ¿qué ha cambiado con que sepamos? Conmovernos sirve para actuar contra la injusticia, pero conmoverse en el sillón de su casa para luego ponerse a trapear sirve igual que no conmoverse en lo absoluto. ¿Y entonces de qué sirve el enojo contra la gente que no se enteró?
En la marcha del 8 de marzo de este año, hubo más mujeres que nunca. Algunas me comentaron que esta vez fueron -y no cuando yo las invitaba- porque querían demostrarle al presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, que las mujeres estaban hartas. Me enojé que no le hayan querido enseñar también al anterior, Enrique Peña Nieto, y a todos los anteriores, porque los feminicidios son todo menos una novedad de los últimos años. Me daba la impresión que fueron más movidas por su enojo contra el presidente que por los feminicidios en sí, porque a las marchas anteriores me consta que no quisieron ir. ¿Y de que me sirvió enojarme? Sólo para hacer un mini berrinche inútil. Debí alegrarme de que fueran, de que ya sean tantas, de que las más niñas crezcan de forma diferente a como crecieron mis amigas que ya criando hijas apenas sabrían qué decirles sobre feminismo.
Estoy cansada del enojo y el énfasis en lo que sigue saliendo mal, y estoy enojada de que el mundo siga siento una mierda. Si pudiéramos perdonar y dejar ir, si pudiéramos hacer activismo sin que se nos hiciera un pedacito de carbón el corazón... No sé si se puede, no sé si me voy a morir en cinco años porque al contrario de mi bisabuela, yo tengo años enojada con el machismo y con la violencia. Dijo mi amiga más vieja y por lo tanto más sabia: "el enojo debería ser como el que tenemos contra los exes: suficiente para mandarlos a la chingada pero no demasiado como para dedicarles pensamientos en el futuro". A eso le contesté que sólo es fácil cuando esos exes no te siguen mandando mensajes, y es que la violencia machista no es pasado. Es nuestro presente y claramente, nuestro futuro al menos inmediato.
¿Cómo combatimos el machismo sin que nos joda emocionalmente en el camino?
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