He aquí una confesión bastante desagradable: creo que casi todas mis ex parejas me pusieron los cuernos en algún momento de la relación.
Bueno. me pusieron los cuernos, casi siempre cuando ya la relación estaba agonizando, pero como me conseguía pura gente súper dependiente con terror a estar sola, insistían muchísimo en no terminar y en esos días de rogar y hacer cosas tristes, se buscaban a alguien más y la intercalaban en la relación conmigo.
Hay muchas formas de vivir la infidelidad. Hay unas hasta felices, como cuando sabes que alguien no te va a dejar terminar hasta que no se consiga a alguien más porque no sabe estar sola. Entonces rezas en 5 religiones diferentes porque la susodicha encuentre a alguien más y te deje en paz. Eso me pasó una vez, después de un mes de intentar terminar la relación sin mucho éxito porque sentía horrible ver la carita devastada de la mujer en cuestión. Me fui a Argentina y cuando regresé me enteré de que me había puesto el cuerno, si poner el cuerno incluye tener sexo con alguien mientras le pides a tu ex volver con ella. Supuestamente estábamos a prueba, a ver si funcionaba o no. Evidentemente no funcionó.
La forma más jodida de infidelidad, creo yo, es cuando te pone los cuernos alguien que tiene delirio celotípico y cree que le eres infiel cuando no, y por ende, sin evidencia alguna. Fue la peor de todas, porque me hizo la vida miserable con acusaciones constantes de que me cogía a todo mundo: a mis amigas, a conocidas, al supuesto novio que tuve cuando tenía cinco años, al que le daba besos a escondidas de nuestras mamás abajo de una mesa. Fueron como dos años y fracción de estar esperando a que se le quitara la duda eterna. Yo suponía que si pasaba el tiempo ella vería que yo era fiel y siempre lo había sido. Pero no, casi tres años después seguía con la misma desconfianza de toda la gente con delirio celotípido. Terminamos por eso, porque sus celos destruyeron la relación. Pero lo que lo hizo fácil, fue que en una de esas conversaciones sobre volver y demás, vi una conversación que tenía con otra chica que le gustaba y ahí se terminó todo. Luego me siguió hablando, diciéndome que a su nueva novia -la chica con la que me puso el cuerno- no le daban celos de que habláramos, porque era súper liberal y así. Un día abrí mi ordenador viejito, uno que usaba ella y no yo. Lo primero que me salió al abrirlo fue una conversación en vivo y directo que tenía con su novia. La chica le decía que ya le había dicho que no quería que hablara conmigo, al mismo tiempo que a mí me contaba cómo a ella no le importaba.
Obviamente, me puse a ver el resto de la conversación. La dejé cuando encontré su conversaciones sexuales donde la chica le decía que quería poner su pezón en su ano o una cosa así. Ahí fue donde le dije por teléfono que no me volviera a hablar en su puta vida. Ahora, años después, después de las anécdotas de mis amigas y pacientes, me doy cuenta que la gente que más insiste en odiar la infidelidad tiende a ser la más infiel. Es como si todos y todas odiáramos con ahínco las cosas que estamos predispuestas a ser por nuestra historia familiar. Las cosas que nos dan más miedo son las que no queremos ser, pero que sabemos que vamos a ser si no hacemos algo al respecto.
Y nadie quiere hacer nada al respecto porque duele demasiado verse a sí misma.
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