Glick y Fiske (1996) tienen un inventario de sexismo ambivalente, en el que miden qué tan sexista es una persona, desde dos puntos de vista: el hostil, que es el que conocemos normalmente como machismo, y el benevolente, que es el que conocemos como caballerosidad. A mi ambos me molestan. Y un montón de gente me ha dicho que soy demasiado feminista por estar en contra de la "caballerosidad". Pero es que si lo analizamos en profundidad, la caballerosidad implica que la mujer es más débil, tanto, que necesita que alguien abra la puerta por ello. Me ha tocado escuchar a muchos hombres, quejándose amargamente de que pedimos igualdad, pero queremos que sigan cediéndonos el lugar en el transporte público, y yo creo que tienen razón. Igualdad es igualdad, y hay que asumirla en todas sus formas. Yo en particular, cedería mi asiento a cualquier mujer embarazada, pero no es porque sea mujer, sino porque para ella representa más cansancio estar parada. Lo mismo con la gente anciana, o...