La ciencia y la razón han sido hasta hoy muy útiles para explicar el funcionamiento de nuestro precioso cerebro, del universo, de las enfermedades y los organismos que las crean, para clasificar comportamientos y entenderlos más rápido aunque más torpemente. Para crear tecnología y dejar de lado el oscurantismo y las supersticiones, para concluir que mejor la imprenta que la tradición oral, para saber que no existen dioses y no son necesarios, para mejorar la vida, para que todas las generaciones pudieran leer a Tolstoi, para crear derechos humanos, para refinar la venganza, para hacer fáciles las tareas duras, para hacer justicia, para crear el derecho, para vender mole en frascos, para organizarnos... Pero sigue quedándose pequeña cuando se trata de conquistar la felicidad. Al menos por ahora. Tal vez con poquita más ciencia y algo más de razón, terminemos por resignarnos a la imposibilidad de ser felices de forma permanente. Por lo pronto, ya andan estudiando la neuropsiología de ...